Pleno Extraordinario con motivo de la Conmemoración del 150 aniversario de la fundación del cuerpo de bomberos de Ávila Mañana a las 12:00 h
Algunas fotos conmemorativas en:
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Una Real Orden firmada por la reina Isabel II el día 3 de
febrero del año de gracia de 1863 aprobaba, con algunas pequeñas
modificaciones, el reglamento que para la creación de la Compañía de Bomberos
de Ávila había elaborado el Ayuntamiento de la ciudad, dándose así carta de
oficialidad y ‘realeza’ a un servicio muy demandado por la sociedad abulense
desde hacía no poco tiempo y que bajo otra denominación ya prestaba su auxilio
en una ciudad que, como todas las de la época, disponía de unas viviendas demasiado
fáciles de echar a arder y de unos medios en exceso precarios para luchar
contra tan grave riesgo.
Se cumplen hoy, por tanto, 150 años de la creación del
germen de lo que luego fue el Cuerpo de Bomberos de Ávila, un servicio que
entonces quedó formado por un único bombero profesional, de nombre Faustino
Rubiños, y una serie de maestros de otros oficios directamente relacionados con
la construcción que, de una manera más o menos voluntaria, formaban un grupo
más bienintencionado que preparado específicamente para esa labor cuando algún
incendio tenía lugar en la ciudad.
La sede de aquella Compañía de Bomberos encontró perfecto
acomodo en el Palacio del Rey Niño, donde Rubiños ejerció también como
guarda-almacén, en una habitación que para su uso se habilitó «cerca del sitio
en que está la bomba (de agua)»
Un acta municipal de aquel año de 1863 deja constancia de
que siendo «muy pocos los sujetos que han concurrido para inscribirse en la
Compañía de Bomberos», el entonces presidente del Ayuntamiento, León Castillo
Soriano, juzgó conveniente «convocar a una reunión a maestros de carpintería,
cerrajería y albañilería que reuniesen buenas condiciones a fin de excitarles
para que el pensamiento se revolviese cuanto más antes». Al año siguiente se
amplió el abanico de oficios que podían formar parte de la Compañía de Bomberos
de Ávila abriéndose a los vidrieros y plomeros, a quienes «por una omisión
involuntaria no se había hecho mérito» en el reglamento del año anterior.
Echaba así a andar, con mucha voluntad y tanta o más
precariedad de medios, la Compañía de Bomberos de Ávila, integrada por 56
personas que se distribuían en diferentes cuadrillas repartidas según los
barrios de la ciudad.
Disponían para su labor de una bomba de agua, de la que
podían surtirse para apagar los incendios en caso de que el siniestro tuviese
lugar cerca de algún pilón o pozo de los no pocos que había por la ciudad, de
300 metros de manguera adquiridos a propuesta del regidor Claudio Sánchez
Albornoz y de gorras y otros útiles, medios mínimos pero mucho más sofisticados
y eficaces que los cántaros que, por ejemplo, se usaban en las primeras décadas
del siglo XVIII, recipientes frágiles y además escasos, tal y como quedó
reflejado en acta municipal de 1824.
Durante muchas décadas, hasta mediados del pasado siglo, la
Compañía de Bomberos de Ávila (que no tardó mucho en pasar a ser Cuerpo de
Bomberos) mantuvo su sede en el Corralón situado al norte de la plaza de la
Catedral, convirtiéndose poco a poco a un cuerpo cada vez más profesionalizado
y con mayor peso específico.
De la importancia de su existencia, por la relevante labor
que llevaba a cabo, da buena fe el Reglamento Orgánico que aprobó el
Ayuntamiento en 1928 para fijar competencias y obligaciones, explicándose en su
artículo 1 que «El Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de Ávila es una Corporación
creada y sostenida por el Ayuntamiento, cuyo objetivo es atender el salvamento
de personas y propiedades en caso de incendio y la extinción de éstos,
prestando también su auxilio en los hundimientos, inundaciones y otros
siniestros análogos».
Se dejaba claro también el Cuerpo quedaba «organizado
militarmente y por tanto su principal obligación será la subordinación y
disciplina. Las faltas de obediencia serán las más graves que pueda cometer un
bombero en concepto de tal y serán castigadas con la destitución inmediata del
culpable».
El Cuerpo estaba entonces constituido por dos secciones, una
formada por «individuos voluntarios y otra por individuos retribuidos», siendo
el número de los primeros «ilimitado» y pudiendo sumarse a él «todos los
vecinos de Ávila, mayores de edad, sin enfermedades ni defectos físicos que le
impidan el ejercicio de la profesión». Aparte de por lo que pudiese pesar su
sentido del altruismo, pocos más alicientes tenían los abulenses para apuntarse
como voluntarios, ya que «no podrán recibir retribución de ninguna clase»,
«estarán obligados a prestar servicio en
caso de siniestro», deberán costearse «de su cuenta las herramientas, aparatos,
etc que utilicen en el acto del siniestro, así como los trajes», pero, eso sí,
podrían lucir un distintivo que sin coste alguno «les será facilitado por el
Ayuntamiento en el acto de su nombramiento».
Dentro de la sección de «individuos retribuidos» había dos
clases: los fijos, que recibían un sueldo anual fijo y prestaban sus servicios
de forma permanente (eran solamente tres, para cubrir entre todos las 24 horas
del día, y durante su turno de ocho horas «no podrán dormir ni acostarse en
ninguna parte»), y los accidentales, que sólo cobraban por actos de servicio y,
por tanto, se les permitía dedicarse «a otros trabajos u oficios».
El bombero que tenía conocimiento de un siniestro (bien a
través de avisos de palabra o por teléfono) debía acudir a intentar sofocarlo
«provisto de una bomba de mano o extintor pequeño» y pedir ayudar a cualquiera
de sus compañeros de guardia permanente o de ambos y de algún otro bombero»
Labor importante era la que realizaba el corneta de órdenes,
ya que suya era la responsabilidad de «avisar a sus jefes y compañeros»,
sirviéndose en caso de necesidad de los toques de corneta convenidos, para
después de llevar a cabo esa labor de alerta sumarse al contingente encargado
de extinguir el incendio.
Poco a poco, en muchas ocasiones por la urgencia de
responder (casi siempre con más voluntad que medios económicos) a las
necesidades nuevas que iban evidenciando los destrozos de los no pocos
incendios que sufría la ciudad, el Cuerpo de Bomberos fue ganando en personal y
medios materiales para hacer su servicio cada vez más profesional, eficaz y
seguro.
Al tiempo que el Cuerpo se iba dotando más y mejor, su sede
también fue cambiando. Pasó del Corralón de la plaza de la Catedral a unos
edificios municipales situados entre la plaza de Santa Ana y la avenida de
Hornos Caleros, para poco después asentarse en la Avenida de Madrid (en el
edificio que está al este de la sede de la Policía Local) y trasladarse varios
años después, en 1996, al Polígono de
las Hervencias, sede que hoy, con notables mejoras, sigue ocupando.
Alguna reliquia de tiempos pasados se conserva en la sede
del Cuerpo de Bomberos, que actualmente cuenta con el concurso de 42 bomberos,
un jefe (Alfredo Delgado), un sargento (Mariano Bernaldo de Quirós), una
técnico de prevención de riesgos y tres auxiliares de segunda actividad, una
plantilla que en teoría debería ser algo más amplia y que cubre toda la
provincia a consecuencia de un convenio firmado por el Ayuntamiento y la
Diputación Provincial. Esa plantilla, explica el jefe del Cuerpo, está
perfectamente preparada para cubrir todo tipo de incidencias, no solamente
incendios, gracias a una preparación constante.
El Cuerpo de Bomberos de Ávila es además pionero en la
protección del patrimonio ante catástrofes, gracias a un minucioso estudio de
actuación realizado precisamente por Alfredo Delgado, un manual de actuación
como no existe otro en ninguna ciudad patrimonio, no sólo de España sino de
todo el mundo, que ha convertido a los bomberos abulenses en referente
internacional y que les ha llevado (y les seguirá llevando) por varios foros
para que compartan ese interesante bagaje.
Los medios materiales de los que dispone ahora para llevar a
cabo su labor son cinco autobombas, dos vehículos para rescates en altura, dos
vehículos específicos para actuar en accidentes de tráfico y tres automóviles
auxiliares, además de una zodiac para realizar labores de rescate o prevención
en ríos y pantanos y varios remolques.
Con esos medios, los 42 bomberos del parque abulense
realizaron durante el pasado año 1.800 intervenciones en toda la provincia,
fundamentalmente en la capital, de las que un millar fueron salidas para
intervenir en todo tipo de siniestros (incendios, accidentes de tráfico,
inundaciones, hundimientos, labores de asistencia técnica y salvamentos de
diferente índole) y el resto actividades de prevención de riesgos.